Ya que, al no estar en un hotel, si no en una residencia y además con un lugareño que te hacía de anfitrión, el viaje se vivía más intensamente.
He de confesarte que yo misma pude vivir tal experiencia en New York.
La única vez que he ido a otro a otro continente, lo hice a través de Airbnb.
Dicen quienes viajan a New York que la sensación es de vivir dentro de una película y yo no voy a negártelo.
Pero, además, cuando decides hacerlo desde una casa, en medio de Brooklyn, donde el último piso lo han convertido en un apartamento de lo más encantador, te sientes de allí mismo en pocas horas.
Y lo primero que haces, antes de salir por la puerta, es saludar a tu anfitrión, el cual te explica de una forma que no aparece en las guías, su ciudad: para mí, no tuvo precio.
Con el tiempo, Airbnb fue instaurando poco a poco, el ofrecer un lugar especial a quien viniera a tu casa.
La decoración, los detalles y la experiencia en sí, de las habitaciones o casas completas, iban creciendo en calidad a la par que lo hacía Airbnb.
El éxito estaba garantizado, cuando sabías que alguien se estaba preocupando en cuidar hasta el más mínimo detalle.
Desde la limpieza, pasando por la decoración e incluso en algunos casos los desayunos o algunos complementos de bienvenida, que hacían más sabrosa la estancia.
Aún recuerdo el agradable olor a suavizante de aquellas sábanas y el tacto de recién planchado, que vestían aquella enorme cama.
El anfitrión buscaba que te sintieras como en casa.
Ya que después lo ibas a valorar de forma positiva si él había cuidado de ti.
Y ello atraería a más protagonistas de esas historias que se iban formando en aquel lugar.
Este año ha habido un parón debido a la pandemia mundial que hemos vivido.